Roman de Castro / Club Casablanca / Acrílico sobre tela

Román de Castro

Román de Castro, artista visual cuya trayectoria se define por la exploración de lo perdido, lo ausente y lo que se queda, aún sin ser visto. Su trabajo se encuentra en constante diálogo con las cosas que se escapan de nuestra memoria, con esos objetos que una vez fueron propios, pero que el tiempo o el olvido han dejado atrás. La obra de Castro es una carta a lo extraviado, una reflexión sobre lo que ha desaparecido, pero también sobre lo que ha permanecido intacto en su imaginario personal.

Creció en el barrio de Santa Cruz del Monte, cerca de Ciudad Satélite, y, como muchos, pasó por una serie de búsquedas que incluyeron el teatro, la escritura, la fotografía, el periodismo. Sin embargo, lo que finalmente lo convocó fue la posibilidad de transitar entre el lenguaje visual y el literario, dos mundos que se complementan en su obra. A lo largo de su carrera, ha construido una narrativa visual que, como los recuerdos más difusos, parece resistirse a la permanencia y la certidumbre. Al igual que un niño que, al mirar hacia abajo, encuentra en el suelo el universo de lo perdido, el artista mira a los objetos con una fascinación que va más allá de su uso cotidiano. Para él, todo objeto, por banal que sea, es una extensión del tiempo, de lo que se desvaneció, y de lo que permanece esperando ser reconocido.

La silla, un objeto aparentemente simple y cotidiano, se ha convertido en su principal medio de reflexión. Inspirado por la frase de Jimmie Durham, quien considera a las sillas "espías", Román de Castro las utiliza como metáforas de la ausencia y el vacío. La silla vacía se convierte, en sus manos, en una figura cargada de posibles narrativas, de historias de espera. Este objeto, que ha sido a lo largo de su carrera el núcleo de su práctica, atraviesa la pintura, la escultura y la escritura, encontrando en cada formato una manera de abordar la presencia y la ausencia de forma compleja y poética. Su estilo, enraizado en una mezcla de minimalismo y crudeza, recuerda a los bocetos primitivos, a esa etapa inicial en la que lo imperfecto es, por definición, lo más auténtico. Pero al mismo tiempo, su obra va más allá de la simple forma; se adentra en la complejidad emocional de cada objeto y del uso de palabras que evocan momentos cercanos.